Bosque quemado by Roberto Brodsky

Bosque quemado by Roberto Brodsky

autor:Roberto Brodsky [Roberto Brodsky]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9789566045762
editor: Penguin Random House Grupo Editorial Chile
publicado: 2022-06-22T00:00:00+00:00


–Es inútil estimular el músculo en el período refractario absoluto en que se encuentra el paciente –dijo mi padre nada más verme aparecer en la sala.

A su lado, mi madre intentaba convencerlo de que ingiriera la comida que acababa de prepararle. Cruzamos una mirada cómplice y me senté a observar. Aquel mediodía ella había quedado momentáneamente encargada de vigilarlo mientras los hijos consultábamos a Pichard, y luego de dos o tres intentos de alimentarlo me la llevé aparte para resumirle la situación. En un par de horas llegaría uno de mis hermanos con la enfermera de urgencia para iniciar el cuidado oficial. Controlarlo de cerca era lo esencial, expliqué. No había que darle chance a que saliera solo y se extraviara en la ciudad. Mi madre bajó los ojos. Su mentón se sacudió con un ligero temblor involuntario. Luego miró hacia la sala.

–Bueno, qué le vamos a hacer –dijo reprimiendo un puchero. Enseguida se volvió y levantó una mano buscando mi mejilla–. Pobrecito, pareces tan cansado –agregó como si fijara la ambigüedad de sus propios sentimientos en el roce inquieto de la palma.

–Lo estoy –dije.

–Mejor te vas a tu casa.

–¿Y tú?

–Voy a esperar a la enfermera –replicó–. Quiero conocer a esa niñita antes de dejarla sola con tu padre.

Me reí. No era la primera vez que lo celaba al milímetro. En Buenos Aires había llegado de visita muy poco tiempo después de habernos instalado en Charcas, y más tarde, en Caracas, había aterrizado prácticamente de improviso una noche en que tuve que salir en busca de un hospedaje de emergencia para recibirla. En vista de que por entonces vivía solo, alquilé una pensión para los dos en Santa Eduvigis, un barrio no demasiado violento y al alcance del bolsillo, donde ella podía moverse con confianza, realizar extensas y sombreadas caminatas bajo el follaje de los manglares, hacer amigos entre los demás huéspedes e incluso proyectar negocios raros con la abundante colonia de chilenos, mientras mi padre iba y venía en espera de los exámenes finales de su reválida. Durante ese tiempo, él viajaba constantemente entre Lechería y Caracas, donde por fuerza se topaba con mi madre instalada en aquel lugar como si llevara años viviendo en la ciudad. Obligados a compartir la pensión de manera intermitente, con una pieza reservada para los días en que mi padre se encontraba de paso, los dos formaban el perfecto matrimonio moderno que apenas se habla, nunca se escucha y siempre espía la huella del otro, acogiendo de refilón la presencia del rival sin la cual todo ese movimiento de fintas y amagues pierde sentido. Hoy me resulta imposible adivinar si se odiaban o se amaban durante esa obligada convivencia, pero era evidente que dependían mutuamente de sus excusas para reencontrarse. Mi madre traía a la ciudad papeles que consideraba necesarios para algún trámite de mi padre, ya fuera de jubilación anticipada en Chile o de reválida profesional en Venezuela, y éste solía agradecer su comparecencia con un orgullo filudo y sentencioso, donde no



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